lunes, 20 de junio de 2011

Un Boliviano en Madrid (Mi primera vez)


Un 25 de diciembre de 2001 me encontraba volando sobre la campiña francesa rumbo a Madrid, en el trayecto me percate que mi pasaporte expiraba mucho antes de mi supuesta salida de la península ibérica, entenderán ustedes que a mis 18 años no atravesaba el gran charco en un viaje de negocios, llegaba en calidad de auto expatriado.

Antes de llegar a Barajas tuve que pasar una serie de controles nada agradables, aquellos reservado a los migrantes procedentes de países periféricos. Lo interesante en qué una vez en Madrid, nadie nos hizo migración, así que desde que abrieron la puertas para el desembarco camine hasta llegar a la cinta donde uno recoge su equipaje, posteriormente seguí caminando desconcertado hasta llegar a los cristales que dan a la calle, ante mi atónita mirada se me acerca un policía que con fino español me pregunto; ¿de dónde vienes chaval…?, zas, le conteste con viveza criolla; Paggjjjjrhhizzzzz (Paris). Sin intercambiar más palabras (gracias al grandísimo, el hispano no hablaba el idioma de los galos), amablemente me abordo en un taxi que me llevo al corazón de Madrid.


Recuerdo como si este mismo instante estuviera pasando, la sensación de frio era terrible, temperaturas  para las que en definitiva este forastero amazónico no estaba en lo absoluto preparado, evoco con claridad una fina capa blanca de nieve que decoraba aquella helada de fin de año, faltaban pocos días para celebrar noche vieja, un nuevo año esperaba a la vuelta de la esquina.

Deje mis 20 kilos de equipaje en una posada y partí con rumbo desconocido, luego de media hora de ruta zigzagueante ya circulaba a la deriva, con la atención de un cirujano iba reconociendo las paradas del Metro de Madrid; Callao, Gran Vía, Sol, eran nombres foráneos que me servían de pautas para orientarme, ¿para qué?... francamente no lo sé. No tenía ni idea de hacia a donde me dirigía, tal vez iba en busca de La Maja de Goya, o tras las huellas de Dalí, Picazo, Velásquez, Lorca; en fin, son tantos los que ha parido la península.



Qué lejos estaba el franquismo de mis pesados libros universitarios, los escaparates desbordaban de lujo y glamur, marcas desconocidas para mi retina  y  modas un poco extravagantes para mi paladar criollo. Pero allí estaba yo mimetizado entre aquella caótica muchedumbre, era un punto imperceptible entre una inmenso tsunami humano que hacía sus compras navideñas, has que por fin y sin proponérmelo la masa me arrojo hacia algo familiar, una taberna; sin cuestionarme ingrese en aquel bar y de inmediato fue como transportarme a un mundo sacado de la película “El Señor de los Anillos”;  media luz, la música resonaba a la par de las abarrotadas voces. Aromas de licor, tabaco, café, cebada y malta me invadieron mientras observaba perplejo todo tipo de objetos antiquísimos que sobrecargaban la decoración del lugar. 
 
Sin percatarme me encontré parado en la barra y preguntando al camarero que era ese líquido de color oscuro que salía de unos de sus grifos; ¡cerveza negra chaval…! afirmo con vehemencia.



No lo podía creer, existía la cerveza negra y yo no la había probado, de inmediato me propuse acabar con mi monumental ignorancia. Demás está decir que saboree otras variedades de aquel sugestivo fermento, baste mencionar lo complicado que me resulto reorientarme para volver a la posada a tomar un merecido descanso. 

2 comentarios:

  1. Recuerdo que en algún momento me contaste algo de esta historia, que aventura querido Romano! y que experiencia al mismo tiempo.... Cuanto daría yo por entrar a compartir unas copas a esa taberna al muy estilo señor de los anillos, seria épico sin lugar a dudas ;)

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  2. muy buen articulo sobre todo la narración...

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