lunes, 20 de junio de 2011

Reineke Fuchs

Un rinconcito de Múnich y la embajada de su cerveza


A pesar de que nunca he tenido la fortuna de poner un solo pie en Múnich y por obvias razones tampoco en su afamada fiesta de la cerveza, Oktoberfest. Puedo imaginarme cómo son sus parajes, las fragancias y la sazón de aquel místico lugar; muy posiblemente no como es exactamente, pero de alguna manera como debe ser, ello se lo debo a una pequeña cabaña, que se encuentra ubicada en el kilometro 17 de la antigua carretera a Cochabamba, unos cuatrocientos metros antes de llegar a la localidad de “La Guardia”.

Para quienes no conocen este cuadro, resulta pues que enfilando por la carretera que va hacia el “Oeste” de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, de a poco se hace visible un cambio en el paisaje, va quedando atrás el calor incesante y la amarillenta pampa oriental, el verde se hace cada vez más intenso, y van asomando inmensos y frondosos árboles de todo tipo, para mi gusto destacan algunos que se encuentran cargados de exuberantes frutos autóctonos, como son el “ocoró” y el “achachairú”.

En fin, allí estaba yo carreteando sobre la ruta anteriormente citada, en compañía de unos colegas, el objetivo era buscar una nueva experiencia gastronómica, y de repente me llamo la atención un pequeño cerdo de metal colocado sobre el tejado de una cabaña, se trataba de un artilugio que indicaba la dirección del viento, poco usual en nuestro país. 

A insistencia mía, nos detuvimos e ingresamos en aquel pequeño restaurante campestre, desde ya les digo que era un día bastante soleado, el aire puro y limpio -típico de la campiña- me permitió apreciar los diversos y agradables aromas de cerdo que emanaban de la cocina; del patio trasero se levantaba una columna de humo que delataba unas suculentas salchichas que se estaban asando lentamente sobre las brasas, todavía no había terminado de redimirme con las fragancias, pero comencé a observar la decoración del lugar, el interior de la cabaña era una especie cervecería germana de principios del siglo XX. En el mostrador había una gama interesante de cervezas exóticas, (inmediatamente el almuerzo de la jornada pasó a un segundo plano), me dirigí a la barra para solicitar una botella chata, al tenerla en mano por el peso me percate que el vidrio era bastante grueso -esto se utiliza para contener la presión ejercida por los vinos espumosos y para alguna cervezas- por lo que deduje que se trataba de una cerveza tipo Bavaria, que por cierto era de trigo, fue todo un arte lograr servir ese caldo súper espumoso -de color amarillento y opaco- en aquel enorme vaso.

Un vez aprovisionado, salí al patio trasero, allí la sensación fue otra en definitiva, respingados arboles de pino se entremezclaban con los grandes árboles autóctonos para dar sombra a las alargadas mesas y bancas de estilo rustico que se encontraban dispuestas por todo el jardín. En general, el sitio se encontraba colmado de gente consumiendo cerveza de diferentes colores en grandes vasos, por un momento estuve convencido de que me encontraba en la Oktoberfest de Múnich, hasta que una moza se nos acerco invitándonos a pasar a una mesa que acababa de quedar libre, si la muchacha no nos hubiera hablado en español, para ese instante todavía estaría sin percatarme de que me encontraba en Bolivia.


 
En la mesa, me di cuenta que desconocía la mayoría de los platos ofertados, así que opte  por lo más salomónico, y pedí salchichas de entrada y lomo de cerdo como plato principal, estaba por concentrarme en solicitar una variedad diferente de cerveza, cuando de repente fuimos sorprendidos por un fuerte chubasco (que afortunadamente no duro más de tres minutos), durante el percance observé perplejo como tal cual los guerreros de Atila el Bárbaro, nadie se movió de su sitio, así que demande una cerveza rubia de trigo, para maridarla con el calor de la gente y la actitud combativa de mis camaradas. Esta cerveza era de color dorado, con menos espuma que la anterior, me pareció bastante refrescante, de aroma suave pero equilibrado, agradable al paladar y fácil de beber.


Cuando llego la comida, necesitaba armonizar los sabores agresivos de la salchicha y el lomo ahumado, que venía acompañado de ensalada alemana de patatas, por lo que me decidí por una cerveza negra, que también era de trigo, la misma era de mucho sabor y un tanto amarga, al final evolucionaba con ligeros sabores a especias, chocolate amargo y café. El maridaje resulto ser un excelente ensamblaje para cerrar con broche oro, aquella experiencia memorable.

Para todas las personas que disfrutan al experimentar y maridar diferentes tipos de cerveza, este es un agradable recinto al que no deben dejar de asistir, por mi parte la considero una pequeña sucursal de la gastronomía alemana y la embajada de su cerveza.

Texto: Romano Paz

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