lunes, 2 de agosto de 2021

Del mejor vino y su filosofía

Una de las frases más trilladas en el mundo vitivinícola es la siguiente: ¿Cuál es el mejor vino?, al respecto es importante reflexionar que se trata de una pregunta filosófica, y como tal, estas no tienen una respuesta definitiva ni contundente. Como ejemplo podemos citar que la valentía, el amor, el tiempo, etc., son ideas abstractas, de las cuales todos tenemos una definición más o menos acertada, pero “no” se trata de unidades medibles o cuantificables como son los minutos, las horas, los segundos., hablamos de la dicotomía entre el sabio que tiene un conocimiento profundo y el filósofo que busca permanentemente el conocimiento con profundidad.

Volvamos a lo nuestro, en el imperio sensorial se debe de considerar que el disfrute de un vino esta indexado a un determinado contexto, hablamos de la cosmología filosófica del espacio y el tiempo. Y cómo sabemos; “el tiempo y el espacio son eternos, mientras que todos los vinos son finitos”, están condenados al ocaso mediante el goce de la humanidad o ser devastados gracias al natural proceso oxidativo de la materia orgánica.

Decir que “el mejor vino es el que más te gusta”, es una respuesta un poco rudimentaria, ya que, al tratarse de una experiencia sensorial, se debe de estar predispuesto para tal fin, tanto física como emocionalmente. En este punto podemos citar al canta autor Joaquín Sabina que en su canción “Así estoy yo sin ti”, entre muchos otros recursos metafóricos análogos, expresa textualmente lo siguiente: “Amargo, como el vino del exiliado”, para describir un estado de insondable soledad y desazón al haber sido despojado del ser amado, por lo que para nuestro protagonista hasta el “Bálsamo de Fierabrás” sabe a “agua pasada”.

En el otro extremo, podemos citar que en la antigua Roma los generales victoriosos caminaban por la Vía Apia hacia el Senado. En ese trayecto, cómo una especie de cable a tierra había un esclavo, que portaba una corona de laurel sobre la cabeza del héroe del campo de batalla y le susurraba constantemente al oído: “Toda gloria es efímera, el único eterno es el César”. De esta manera le recordaba que hoy estaba en lo más alto, pero mañana podría caer del pedestal y ser humillado por los que hoy lo ensalzaban. Complementemos esto con el mito de Sísifo, a quien, por tratar de burlar a la muerte, los dioses le imponen como castigo rodar eternamente cuesta arriba una roca, una vez alcanzada la cima se precipita nuevamente al vacío en un eterno retorno, eso sí, no sin antes haberse regalado la felicidad de la gloria.

El caso de Roma y el mito de Sísifo, nos ponen de manifiesto que los momentos de disfrute, festejo y algarabía, cómo todo lo bueno de este mundo; son escasos. Por sentido común debemos de aprovecharlos al máximo. Para grandes ocasiones, grandes personas y grandes vinos, e inversamente proporcional para contextos de menor jerarquía.

Toda experiencia personal está condicionada por nuestra versátil percepción de las cosas y por nuestro imprevisible estado de ánimo; poesía al enamorado, agua en el desierto para el sediento, tierra firme al naufrago, fe a los creyentes, ovación del público al artista, libertad a los cautivos, etc.

En síntesis, no hay vinos, hay personas, y las personas disfrutamos de los momentos.

 Texto: Romano Paz

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