miércoles, 26 de marzo de 2014

De cómo el sabor, fue al encuentro del catador

La noche del lunes nueve de noviembre de 2009, se perfilaba como un apacible inicio de semana. De improvisto y de la nada, algún foráneo se encontraba tocando mi puerta bien entrada la noche. Con bastante mala leche, me asomo para increpar al sujeto impertinente.

Por un momento pensé que me traicionaba la vista, pero no era tal. Allí se encontraban mis dos viejos amigos y ex compañeros de secundaria. Andrés Carrasco y Ronald Saucedo portando una extraña botella de licor, al menos esa fue mi primera impresión. Me preparaba para descartar de la manera más cordial posible, la eventualidad de consumir licor el  primer día de la semana. A lo que Andrés me  increpa sonriente, diciendo que la extraña botella que portaba como un trofeo, era un vino de hielo, que le acabada de llegar de la península del Niágara, (Canadá). 

Alego vehementemente que no podía esperar ni un minuto más para  deleitarse con ese suculento caldo, y que no había pensado en ninguna otra persona para compartir aquella botella de de 375 ml. Aquí les comento que la pequeña botella tiene un valor comercial que bordea los cincuenta dólares americanos y es prácticamente inexistente en Bolivia.

Dicho todo esto, muy amablemente los invite pasar, no lo podía creer, el famoso vino Ice Wine, producido con cepa Vidal y cosechado en plena nevada, a una temperatura que oscila entre los menos ocho y los menos trece grados centígrado, con las uvas congeladas. Y que por cierto no había tenido la fortuna de experimentar, estaba ahora en mi nevera, esperando alcanzar una temperatura inferior a los ocho grados centígrados para poderla catar con propiedad.

Para cuando retiramos la botella de la cámara de frio, ya teníamos preparado el quirófano vitivinícola para operar. Nada mas sacar el corcho, e iniciar con él la fase olfativa, nos vimos invadidos por aromas a fruta madura y miel. Por lo que procedimos a servir el vino. A la vista era graso, de un amarillo oro profundo e intenso, un poco apagado diría yo. En nariz eran inconfundibles los aromas de miel y durazno maduro.


Cuando pasamos a la fase gustativa, la sensación fue verdaderamente asombrosa, sabores nuevamente a durazno, en esta etapa se manifestó también el sabor y el dulce de la piña, de textura aterciopelada, cremoso y espeso. De evolución profunda, el final fue prolongado, armonioso y elegante, en definitiva un vino equilibrado y fácil de beber. Una verdadera caricia a los sentidos.
 
Culminado el acto, fui yo el que no pudo esperar para documentar el suceso, a fin de  poder compartir con todos vosotros tan agradable experiencia, gracias; Andrés y Ronald, por aquel inolvidable momento de arte y cultura vitivinícola, mismo que despues de arios años permanece fresco en mi paladar y retina.

Texto: Romano Paz

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