lunes, 17 de septiembre de 2012

Cerveza; Dorado sabor, con aromas de victoria

Texto: Elaboración propia



Afuera de casa, el crepúsculo hacía gala de su encanto e indescriptible belleza, asomaban los primeros rayos de aquel domingo de noviembre, jornada festiva, que para este individuo sería muy particular. Todavía me encontraba sumergido en la indefensión del sueño, de repente el silencio de mis aposentos fue interrumpido por el redoblar marcial de tambores que eran reproducidos por mi impertinente aparato celular, todavía mi mente se encontraba aturdida y con poca o nula capacidad de razonar, sin embargo comprendí que había llegado el día del gran desafío, y ese era el llamado marcial que me convocaba a movilizarme, de un solo zapatazo me expulsé de la  cama y me encontré en pie de guerra.

Como si se tratase de un ritual celebrado para rendirle culto pagano a uno de los Dioses de la antigüedad, me elaboré un desayuno compuesto por una serie de desagradables brebajes y pucheros que oscilan entre; mito, alquimia, metafísica popular, instinto animal, la broma pesada de un amigo y tal vez algo de ciencia o nutrición. Total,  en ese momento lo que verdaderamente me importaba era alimentar mi espíritu guerrero mientras me forjaba una fuerza de voluntad inquebrantable, ya que el adversario que debía derrotar; era yo mismo.
  
Aún con las ganas de vomitar, debido del retrogusto medio amargo y medio salado que en boca me dejaron las sales minerales consumidas, me paré desafiante frente al alba y me dirigí a ella diciendo en apología a los antiguos gladiadores del Imperio Romano; “Deus Sol Invictus, Este va a correr…, Te saluda”. (El invicto Dios Sol, era la divinidad que protegía al ejército imperial de Roma). Unos minutos después, me encontraba recorriendo a paso de trote, las calles y avenidas de la primaveral y cosmopolita Santa Cruz.

Durante aquel trayecto de cincuenta y cinco minutos, elaboré mil veces esta columna, construí, dilucidé y destruí varias veces mi teoría sobre el origen del universo, dialogué con mis filósofos preferidos, en fin, mantuve el ritmo distrayendo mi mente con temas de fondo y otros triviales, tratando de que ésta no se percatara del malogrado estado físico de mi cuerpo, provocado por el natural desgaste de la deshidratación, el cansancio y la  insolación. 


A pesar de que muy pocas personas tienen las condiciones de practicar profesionalmente este deporte, el esfuerzo es disfrutado a plenitud por la mayoría de mis colegas, ya que se tiene el honor  de derrotarse a sí mismo, mientras  deliberadamente se hace caso omiso de las cientos de señales y ordenes que te emiten el organismo y el instinto para que te detengas. Poco importa  que termines el recorrido de último, igual te invade una sensación de auto orgullo y gloria.


Una vez en la meta y re hidratados, luego de haber padecido calor, sudor y sed. A falta de medallas y reconocimientos, para algunos de los míos, no puede faltar el tradicional ritual de celebración, que es justamente donde nos deleitamos disfrutando del aroma y el sabor de la más valiosa presea dorada que puede ostentar un fondista aficionado, que no es otra cosa que vasos llenos de burbujeante cerveza rubia y bien fría, para brindar derramando su cremosa espuma al ritmo de cantos y estribillos por la nueva hazaña; Salud, Sol Invictus…    

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