La vida, por así
decirlo, es un frágil lienzo en el que se dibujan y desdibujan incontables
momentos en un tiempo inexorablemente finito. A pesar de que la mayoría de las
personas no siempre nos tomamos las cosas con la debida calma para recorrer los
derroteros senderos de nuestra propia historia, tal como lo suele decir uno de
mis canta autores predilectos; a paso de
anciano, con paciencia de artesano. Considero pertinente que debemos
reconocer que casi todas las cosas que verdaderamente valen la pena, son aquellas
que terminan otorgándole un verdadero sentido a nuestras vidas, muchas de ellas
se hacen esperar inclusive más de lo que nos creíamos capaces de soportar, no
sé mi estimado lector, me imagino que le suena el milagro de la vida, la
libertad civil y política, la emancipadora democracia, algún que otro proyecto
más modesto como una fiesta de grado, un aniversario, noche buena y en fin,
nuestras infinitas e irrenunciables utopías.
En este contexto, sucede
que existen personas que acostumbran redimirse cuando valoran las notas
organolépticas de un caldo vitivinícola, es por ello que muchos de los enófilos
solemos guardar celosamente en nuestra cava (reserva personal de vinos), tal
cual un preciado tesoro pirata, botellas de diferente añadas, variedades de
uva, bodegas y determinadas regiones, el objetivo no es conservar estos vinos
como un suovenirs exótico y menos como un trofeo de guerra que debe adornar un
estante más de nuestra casa por el resto de nuestros días en este valle de
lágrimas.
Resulta que la mayor
parte de nuestras vidas, solemos ser aplastados por interminables rutinas, sumado
a ello de forma constante nos vemos envueltos en dificultosas coyunturas
cíclicas, que no hacen otra cosa que expulsarnos hacia nuevos conflictos, sean
estos de tipos personal, familiar o laboral. En este sentido, cada momento en el
que hemos aplastado, surcado o evadido un obstáculo considerable en nuestro
sendero finito, el volátil sabor de la victoria, amerita celebrar con uno de
aquellos preciados caldos que hemos guardado y predestinado para tan
emblemática ocasión.
En el cenáculo de la
celebración, nos damos cuenta que luego de una larga y tediosa espera, finalmente
ha llegado el momento de revelar los misterios de aquel caldo cuidado tan esmeradamente
por su conserje, uno mismo, posiblemente han pasado meses, años o inclusive
décadas, lo cierto es que pronto el vino se encontrará servido en la copas y
tras el primer sorbo comenzaremos a valorar el arte oculto en la botella, sentimientos
ahogados en dicha que independientemente de que esta sea una experiencia
sublime o no, de algo estamos seguros, es justo el momento en que muere para
siempre, toda ilusión que nos impulso a conservar aquel arte vitivinícola.
Texto;
Romano Paz
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