La noche del lunes nueve de
noviembre de 2009, se perfilaba como un apacible inicio de semana. De
improvisto y de la nada, algún foráneo se encontraba tocando mi puerta bien
entrada la noche. Con bastante mala leche, me asomo para increpar al sujeto
impertinente.
Por un momento pensé que me traicionaba la vista, pero no era
tal. Allí se encontraban mis dos viejos amigos y ex compañeros de secundaria.
Andrés Carrasco y Ronald Saucedo portando una extraña botella de licor, al
menos esa fue mi primera impresión. Me preparaba para descartar de la manera
más cordial posible, la eventualidad de consumir licor el primer día de la semana. A lo que Andrés
me increpa sonriente, diciendo que la
extraña botella que portaba como un trofeo, era un vino de hielo, que le
acabada de llegar de la península del Niágara, (Canadá).
Alego vehementemente que
no podía esperar ni un minuto más para
deleitarse con ese suculento caldo, y que no había pensado en ninguna
otra persona para compartir aquella botella de de 375 ml. Aquí les comento que
la pequeña botella tiene un valor comercial que bordea los cincuenta dólares americanos
y es prácticamente inexistente en Bolivia.
Dicho todo esto, muy
amablemente los invite pasar, no lo podía creer, el famoso vino Ice Wine,
producido con cepa Vidal y cosechado en plena nevada, a una temperatura que
oscila entre los menos ocho y los menos trece grados centígrado, con las uvas
congeladas. Y que por cierto no había tenido la fortuna de experimentar, estaba
ahora en mi nevera, esperando alcanzar una temperatura inferior a los ocho
grados centígrados para poderla catar con propiedad.
Para cuando retiramos la
botella de la cámara de frio, ya teníamos preparado el quirófano vitivinícola
para operar. Nada mas sacar el corcho, e iniciar con él la fase olfativa, nos vimos
invadidos por aromas a fruta madura y miel. Por lo que procedimos a servir el
vino. A la vista era graso, de un amarillo oro profundo e intenso, un poco
apagado diría yo. En nariz eran inconfundibles los aromas de miel y durazno
maduro.
Cuando pasamos a la fase gustativa, la sensación fue verdaderamente
asombrosa, sabores nuevamente a durazno, en esta etapa se manifestó también el
sabor y el dulce de la piña, de textura aterciopelada, cremoso y espeso. De
evolución profunda, el final fue prolongado, armonioso y elegante, en
definitiva un vino equilibrado y fácil de beber. Una verdadera caricia a los
sentidos.
Culminado el acto, fui yo
el que no pudo esperar para documentar el suceso, a fin de poder compartir con todos vosotros tan
agradable experiencia, gracias; Andrés y Ronald, por aquel inolvidable momento
de arte y cultura vitivinícola, mismo que despues de arios años permanece fresco en mi paladar y retina.
Texto: Romano Paz
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